Y ya sucedió, ya me puse de rodillas, ya mis manos temblaron, ya se entrecortó mi voz, ya le propuse crear un poema cotidiano y llenarnos de vida mutuamente, ya pedí su aceptación de vivir juntos aunque sea hasta mañana.
El rito no muere en el “Si” proferido glamorosamente por la amada dama, después viene el cuestionamiento a su padre, a quien en nuestra sociedad judeo-cristiana debemos pedir la mano, y solamente la mano cosa que sospecho se debe a la necesidad de tener un lugar donde poder colocar el anillo de compromiso, el cuerpo tal vez será entregado el día del matrimonio.
La dama y yo, su plebeyo, siguiendo las costumbres locales decidimos cumplir con el antiguo sirvinakuy inka, al cual agradecemos el adelantar la alegría de compartir sueños, cama y chicharrones.
Y ya se acerca el día en el cual, en nombre de todo su género, Paola pondrá un anillo de victoria en uno de mis dedos que, debo confesar, renuentemente se ha rechazado a ser de tal manera capturado.