No será un meteorito gigantesco que nos traiga una versión en vivo y en directo del apocalipsis, no será un rayo venido del centro de la galaxia como predice el fin de la cuenta en un calendario mesoamericano, no habrá drásticos cambios de magnetismo en los polos. No, nada de eso, el mundo no se va a acabar así. Se está acabando de una manera más lenta y mucho más triste.
El mundo se le vino abajo a Mateo, un niño que habla fuerte, que no entiende mucho de ordenes, que muchas veces no logra dominar su propias emociones y que padece de una leve dificultad que lo hace infinitamente diferente y excluido por los demás.
Mateo se preparó en su casa para el baile de fin de año de su colegio. Le pidió ayuda a su mamá y a su hermano mayor, Marcelo, que también vive problemas semejantes, para ensayar. Concienzuda y tercamente ensayó, y trató de dominar su cuerpo, y a su personal manera lo logró. No lo hizo con los demás niños de su colegio, ni con la maestra, allí permaneció al margen, no quería que se burlaran, como siempre de el. Un corazón de niño, sobretodo el de un niño especial, es sumamente frágil, desde muy pequeño aprende a vivir rechazado y a defenderse de la mofa de los demás. El no quería ser el bailarín central, ni el mejor, tal vez que le dejaran ponerse el disfraz tan bonito que usaban los demás, tal vez que lo dejaran bailar al fondo allí donde sólo su mamá lo vería.
Pero no, este mundo se está acabando, por lo menos la humanidad está escaseando, y mucho. La maestra no le dio a Mateo el honor de bailar con los niños “normales”, no dejó que Katy, la mamá, viera a su hijo bailar aunque fuera en el rinconcito . No, eso es demasiada humanidad, es demasiado respeto, es demasiada bondad, aunque estemos en navidad, aunque se conmemore la venida del hijo de un dios que, según cuenta la leyenda, dio su vida por sus hermanos. Mateo se puso en fila cuando repartieron los disfraces pero a el no le tocó y no entendió y lloró con toda el alma y sintió rabia por no ser tratado como los demás.
Ojalá este fin de semana, en casa, nos juntemos la familia de Mateo y la nuestra para verlo bailar. Ojalá nuestros aplausos, casi clandestinos, sirvan para darle un poco de esperanza y el nos regale una sonrisa, eso si que sería el mejor regalo de navidad.